domingo, 9 de agosto de 2009

Vals con la violencia...



Cuando era niño adoraba las películas de acción y tenía cierto gusto por las armas (particularmente las no portátiles) que medianamente aún conservo, incluso creo que se ha acrecentado mi interés por las armas pequeñas. Había algo extraño en mi mente. Siempre he tenido temor por la violencia, a veces siento que soy muy débil para afrontarla, a veces siento que no lo soy. La cuestión es que en aquellos tiempos yo me pensaba aún más débil de lo que me sentía y cuando jugaba ponía énfasis en mi resistencia al sufrimiento, sufrimientos que imaginaba de todas las especies: desde dolores y ardores físicos producto de heridas hasta miedo de muerte o agresiones de todo corte dentro de lo que mi precoz y televisivamente cultivada mente lo permitía (y permitía cosas bastante creativas). Torturas y heridas abiertas incesantemente, junto con largas agonías eran parte de mi diversión más que el cometer actos heroicos o demostrarme particularmente hábil en el uso de las armas o interesado en ganarle al enemigo invencible.

Con el tiempo surgió mi gusto por las armas en parte por el gusto que mostraban mis tíos por las mismas siendo una figura y un rol masculino preponderante dentro de la escasa influencia que contaba al respecto. Cuando entré a la secundaria por algunos de mis amigos, particularmente uno, ese interés creció sustancialmente. Me olvidé de los dinosaurios y me especialicé en aviones y tanques, algunos barcos y otras armas. Finalmente fusiles grandes y hasta el final pistolas y armas blancas. Mi fascinación por la capacidad destructiva de la humanidad llegó a su cenit al conocer el poder destructivo de bombas atómicas, de hidrógeno y otros inventos por demás en boga en nuestros tiempos. También fui aprendiendo que no solo ésta época había sido sanguinaria, descubrí catapultas, arietes, arcos, espadas, escudos, jabalinas, cotas, ballestas, alabardas, hachas, y un largísimo etcétera. Romanos, griegos, egipcios, chinos, persas, mongoles y japoneses se incorporaron a mi imaginario en su calidad de grandes culturas guerreras.

Cuando salí de la secundaria sin duda estaba en el apogeo de mi gusto por los objetos de agresión… pero no era aún un fascinado de la agresión misma. Nunca he sido fuerte, no me he ocupado de cultivarme en el campo físico y mucho menos en el de la violencia sin embargo después de los quince años me fui percatando de la necesidad de hacerme respetar en este campo más de lo que antes había hecho al respecto, me fui haciendo cada vez más agresivo y empezando a tratar de aprender cosas al respecto. Me forjé una idea venida de tiempo atrás donde el momento de usar la violencia debía ser definitivo y puntual y al mismo tiempo nunca pude desplegar esa violencia contra o en presencia de las personas que estimo. A pesar de algunos roces violentos la mayoría de las personas que me conocen no saben qué tan violento puedo ser. De alguna forma empecé a aprender la naturaleza de la violencia basándome en mi previo interés por la crueldad de la misma casi como naturaleza o consecuencia y no tanto en el hecho violento. Fue así como empecé a dejar de acercarme a la información sobre armas.

No sé como se dio ese proceso pero sé que fue en base a ello. He visto la violencia en muchas formas: asaltos, asesinatos, peleas, agresiones, represiones, discusiones, etc. Y no me refiero en absoluto a lo que la televisión o el cine proyectan. No sé si sentirme afortunado o desdichado por ello. Me he tornado fuerte de carácter frente a la violencia y sus consecuencias pero al mismo tiempo un tanto más insensible pues en el fondo ese fue siempre el objetivo: ser más fuerte. De las desgracias que otros sufrieron en carne propia no puedo sino avergonzarme por aprovecharme de su situación. Ahora me pongo nervioso pero hasta donde recuerdo ya muchas cosas al menos no me pueden causar ni trauma ni experiencia alguna por el estilo. Pero ya no busco conocer la naturaleza de la violencia, sé que es un hecho que puedo leer en casi cualquier acto cotidiano y encontrar en casi cualquier rincón donde haya humanos y quizá hasta sin humanos. He leído las consecuencias nefastas y el dolor causado por innumerables artefactos de guerra y creo que no hay nada digno en admirarles y, sin embargo, lo confieso: no dejan de gustarme. Es apasionante ver el poder que tiene o que representa o que aparenta un tanque, un ejército, un kalashnikov o tan solo una miserable navaja sabiamente usada para fines de destrucción.

Antes de pasar a eso quisiera puntualizar algunas cosas que me fueron dando ésta visión de la violencia y que aún conservo. Primero que nada fue el forjarme la idea de que el sufrimiento era más dañino que la violencia en sí como hecho. Ello me llevó a pensar, como mencioné anteriormente, que la violencia debería ser usada puntualmente y cuando fuera en verdad inevitable, pensando en mi debilidad física y otras cosas desde experiencias hasta libros o películas llegué además a la conclusión de que había que pelear para ganar y por ende solo pelear cuando era seguro o había buenas posibilidades de triunfo además de lo inevitable claro. Además el saber sobre la necesidad de matar a toda una familia de elefantes cuando se le ha matado a un líder me hizo concluir que lo mejor de todo es no dejar dolores emocionales pues son mil veces más peligrosos que los físicos, la violencia debe ser destrucción pura y no mediocre y contraproducente tortura. A estos pensamientos le siguió el del poder, cosa muy curiosa porque surgió de una entrevista a Sigourney Weaver sobre Aliens lo cual me recuerda que el conocimiento se puede hallar en cualquier lado aunque intelectualmente les parezca a muchos mediocre la fuente. El tener la capacidad o la propiedad de actuar sobre alguien agrediéndolo es una forma de ejercer una especie de poder que puede convertirse en un vehículo enajenante para el individuo haciéndole olvidar todas las formas en que puede ejercer poder o bien convirtiéndolo en su naturaleza única. Lo que en pocas palabras quiere decir: cuando tienes un símbolo que te autoriza a agredir a otro o tienes una herramienta con que hacerlo así sea el propio cuerpo naturalmente tiendes a tratar de ejercer ese poder, a lastimar a otro. No quiere decir que no puedas evitarlo sino que tiendes a, al menos por esa capacidad que aparentemente es innata en el humano.

Después de tantos años conviviendo con la violencia éstas son mis conclusiones y mis reglas para tratar de ir contra la naturaleza de la violencia como fenómeno complejo cultural y biológico, de comportamiento instintivo y socialmente cultivado, etc. Considero que la mayoría de las personas hacen exactamente lo contrario a lo que yo ingenuamente trato de hacer. Muchos individuos tratan de inflingir crueldad, maltrato, miedo en el otro, de marcarlo y dejar una huella de su poder.

Creo que el poder, lo que sea que sea, es al menos una manifestación psicológica compleja que requiere referentes infinitamente diversos. La sensación o significación de poder da estructura a una sociedad y permite una particular forma de relación entre sus miembros. El poder radica en considerar que nuestro actuar afecta la existencia de lo que nos rodea de alguna forma, fenómeno que puede tener consecuencias reflejas pero que esencialmente es invasivo sobre el otro y al que lo ejerce no lo afecta o no para los efectos por los cuales se supondría que se está ejerciendo un poderío. Es elemental tener poder para sobrevivir, o al menos para tener mejores oportunidades de supervivencia pero así mismo considero que todos tenemos poder sobre todos de alguna u otra forma por el sencillo hecho de que en un universo o una sociedad dinámica todos están en interacción. También hay toda una variedad de actuar sobre el otro obteniendo el control de sus acciones o pensamientos y en ese sentido no tiene que desarrollarse una violencia física para que haya poder sobre el otro. Bueno en realidad esto no es nada nuevo. Conforme más aprendemos de nuestra manera de interactuar con el otro más sabemos como afectarlo, la primera herramienta del poder es la información que nos abre posibilidades de actuación. Por lo tanto el poder para mí existe, es inevitable escapar a buscar, tener o ejercer el poder de una u otra forma lo cual es diferente a que todos somos poderosos de manera efectiva.

El poder coercitivo o al menos físico radica en afectar la existencia del otro recurriendo a medios físicos. Quizás el medio de agresión o afectación más elemental. De hecho y como paréntesis y añadiéndome a mis escasos conocimientos de Schopenhauer quizá todo fenómeno es poder en sí mismo o lo identificamos como una afectación entre objetos y la voluntad tendría que suponer evidentemente la actuación de una forma de poder. Pasado el punto aquello que normalmente conocemos como violencia es la agresión física, pero nosotros no somos objetos sino personas que tenemos una personalidad psicológica altamente evolucionada y compleja por lo que podemos generar una violencia significativa, psicológica, con la que podemos condicionar el actuar ajeno. Es ahí donde se inscriben las formas disuasivas y persuasivas del poder. Irrisoriamente Stanley Kubrick en su gran obra Odisea 2001 sitúa un origen de la violencia humana en los prehomínidos en el momento que empieza a haber una especie de disfrute de las sensaciones y emociones producto de agredir a otro aunque casi pareciera que el solo hecho de agredirlo es nuevo y le hace descubrir al mismo tiempo que puede disfrutarlo como si estuviese preparado para hacerlo. Actualmente mucho me ha movido conocer en algunos documentales sobre actitudes de animales herbívoros que matan crías de carnívoros (el punto obviamente es considerar que no existe una amenaza expresa o inminente) así como de la existencia de patrones de conducta que no obedecen a necesidades supuestamente primarias sobre las que queremos generalmente ver encasilladas todas aquellas funciones que suponemos instintivas en los demás seres vivos particularmente los animales y dentro de éstos los más evolucionados (pienso en conductas ligadas a pulsiones ya con caracteres emocionales como violencia, sexualidad y afecto).

Fuera de ello el humano se ha considerado como poseedor de una forma particular de poder coercitivo por siglos donde podemos llevar al extremo la capacidad de ejercer la violencia en todas sus formas tanto como experimentar el deseo o el poder de evitar esas vías. Las guerras se remontan a los confines de la historia y del mundo por las más diversas causas según sea la metodología explicativa y así mismo las formas de ejercer esa violencia teniendo en mente consecuencias diversas. Remontándome un poco en el texto lo que me interesa es: primero la violencia como una manera de responder ante un problema y tratar de extinguirlo (generalmente “extinguiendo” al otro) y segundo, generar una crueldad que limita la capacidad de poder del contrario o al menos su capacidad de respuesta algo que actualmente puede ser la tortura o la violencia psicológica producto de la física presente desde el más mínimo maltrato hasta el genocidio. En cualquier caso el humano pienso, está atado a la violencia como una de las formas de expresar poder y está atado al poder como un instrumento para la supervivencia. Es ahí donde hemos caído una y otra vez cuando como sociedades impulsamos o asistimos a confrontarnos con otros grupos propiciando o interviniendo en guerras y matanzas.

Vivimos en una época con una particular conciencia de nuestra capacidad de violencia, mayores canales de comunicación, mayor educación (dentro de lo que cabe), mayor conocimiento de la diversidad cultural y de los sucesos que ocurren en el mundo nos ha permitido un acercamiento a la violencia global que para muchos es positivo pues nos incita a repudiarla progresivamente, para otros es negativo pues mediatizamos la violencia y con ello nos vamos volviendo cada vez más insensibles a la misma sin contar que al desatar mecanismos pulsionales básicos ha sido ampliamente explotada por los medios de comunicación para entretenimiento. Además vivimos en una era de autoexploración constante no necesariamente estricta. Vivimos bajo el peso de los sucesos de la Segunda Guerra Mundial que nadie duda ha sido el conflicto más cruel de la historia humana con sus 20 a 50 millones de muertos así hay innumerables películas y documentales sobre los campos de concentración, las guerras en los frentes y filmes muy manejados sobre la guerra de Vietnam o de Corea fomentados además por el poder ideológico y económico de Estados Unidos. Sin embargo conforme vamos hacia atrás la perspectiva crítica se pierde por falta de fuentes, por falta de visiones y por la manera en que hemos heredado la historia. No es lo mismo criticar la bomba de Hiroshima que examinar la primera guerra, la cruenta guerra de secesión, o las guerras napoleónicas, la guerra de los 100 años, las cruzadas, las guerras del imperio romano o algún otro periodo violento de la historia. Y eso es respecto a situaciones hegemónicas y actualmente bien vistas por varias razones pero ¿qué pasa con la falta de revisión en las guerras contra países débiles que no son justificables? Me refiero a la invasión de Panamá, la de Afganistán en ambas ocasiones, a la invasión norteamericana a México (aún festejada en el cine estadounidense), a la guerra de conquista de América, las guerras campesinas de Europa, la colonización Africana o tan solo la sistemática represión y dispersión de minorías incómodas en cualquier periodo de la historia.

Aquellos que “disfrutamos” de esta globalización occidentalizadora tenemos una visión idealizada de la violencia ligada a valores machistas, jerarquizadores, clasistas, etc. Los cuales fomentamos diariamente y con los que no vemos de primer plano la violencia tal y como muchas veces la sufrimos. Cuando esto sucede y la violencia es tachada como negativa siempre es algo que sucede en el otro, en otra parte, en otro tiempo como lo demuestra la prensa sensacionalista y la mediatización maniqueísta que nos habla de gobierno y narcotraficantes, ejércitos libertadores contra sociedades atrasadas, revolucionarios mesiánicos contra gobiernos reaccionarios, en resumidas cuentas: buenos contra malos. Pero ahí sigue habiendo una radicalización de las acciones violentas, un incremento de los fascismos provenientes de las instituciones de control, una fanatización irreflexiva de los movimientos en desventaja cuya máxima expresión hoy es el terrorismo, una fertilización del terreno para que haya confrontaciones idiosincráticas o étnicas, una mayor separación entre los organismos de control de la sociedad y sus alcances reales, entre los organismos revolucionarios y los fines perseguidos. Como ésta reflexión se está extendiendo más allá de lo debido existiendo miles de personas que han hablado con más propiedad acerca del tema creo que lo recomendable es darla por terminada. Sin duda más allá de éstas especulaciones se hallan psicólogos, naturalistas, filósofos, antropólogos y particularmente guerreros que se han dedicado a pensar en ello (qué hubiera sido del mundo sin Sun Tzu).

Éste ensayo surge de haber visto una película actualmente en sus últimos días en cartelera profundamente impactante: Waltz with Bashir, una obra de animación muy hermosa que me recuerda un tanto la animación de medio oriente y de la Unión Soviética ligada a una estructura de guión propia del cine europeo y de oriente próximo. En ella el director Ari Folman nos cuenta su experiencia particular donde a pesar de haber participado en la Guerra de Líbano de 1982 se da cuenta, después de una charla con un amigo que sufre pesadillas desde aquellos días, que no recuerda absolutamente nada sobre ese periodo de su vida. A través de entrevistas a otros que participaron en la guerra reconstruye su vida y su percepción del evento más impactante de aquellos días: la matanza genocida de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila. La película es en sí un largometraje documental en técnica de animación muy particular que muestra de manera desgarradora la manera en como las personas sobreviven en sus mentes a las formas más aterradoras de la violencia, una violencia que los supera como individuos. Es para mí la culminación hasta el momento de una serie de revisiones dramáticas sobre la naturaleza humana en su carácter más destructivo. De primera impresión la ligo a la película de animación Persépolis que les recomiendo ampliamente sobre la revolución islámica en Irán igualmente autobiográfica y a El violín, largometraje mexicano en blanco y negro sobre los movimientos insurgentes en la sierra occidental y su represión por el ejército. Sin duda nos hallamos en un momento de revaloración de la violencia y sus consecuencias donde el primer mundo se ha quitado de los ojos la venda del amor y paz absoluto y ha recuperado el verdadero sufrimiento del humano (generalmente tercermundista) que se expresa para más impacto en las grandes masas de personas muertas en lo que se ha tipificado como genocidio: desde Auschwitz en el 43’ hasta Rwanda en el 94’. Son visiones mucho más objetivas en tanto se basan en la experiencia viva y no en la exploración de posibilidades psicológicas, actitudinales o caracterológicas por medios exclusivamente literarios de lo que se vive en tales eventos. Sin duda un retrato artístico pero dentro del arte positivamente maquillado en su estética para concientizar al mundo.
Quizá para terminar sería apropiado pensar que dada la cantidad de pulsiones y emociones que se ligan a la actitud violenta lo más positivo no sería ser pasivos o “pacifistas” a ultranza sino encontrar la manera de tomar actitudes violentas cuya consecuencia sea mínimamente destructiva y preferentemente tenga consecuencias constructivas observables desde el corto hasta el largo plazo. Ir acotando nuestra capacidad de destruir el mundo y no solo concientizar sino educar acerca del poder para que éste, cuando se exprese por vías violentas, encuentre más cauce que generar destrucción en lo que nos rodea. Pero para ello los oprimidos necesitan conocimiento y los poderosos otorgarlo. Mientras tanto seguiremos pensando y siendo nuestros propios juicios bastante mezquinos e ignorantes. No tengo razones para pensar que el mundo será diferente. En realidad no tengo razones para pensar que somos sustancialmente diferentes de ese momento que, según yo, ingenuamente Kubrick imaginó.


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