lunes, 17 de agosto de 2009

Clases intelectuales

Se supone que la brecha entre las clases de alguna forma se ha acortado. De alguna manera la población, aunque lejos de alcanzar una igualdad real hasta en los países más avanzados, ha tenido un progresivo acceso a mejorías en su calidad de vida y a lujos o satisfactores que antes estaban mucho más restringidos a los sectores pudientes. Sin embargo esto es muy relativo. Si hace más de doscientos años apenas algunos tenían servicios de drenaje en las poblaciones urbanas también es cierto que la población no era tan grande y aún había no un porcentaje tan alto en los entornos urbanos. Si hablamos de lujos u objetos no indispensables la seda como es bien sabido estaba reservada a un limitado sector de la población aunque el grueso de la producción de tejidos europeos se basaba en la lana hasta que la revolución industrial y la proliferación del algodón de alguna manera democratizó el vestido al hacer un tejido suave más costeable para una mayor cantidad de población.

Podríamos citar ejemplos infinitos, creo que sólo los análisis estadísticos nos pueden ayudar a definir una escala objetiva de la separación de clases en aspectos culturales y económicos. De manera mucho más intuitiva me queda claro, como decía anteriormente, que existe una democratización de los servicios y otros productos por la necesidad de acelerar el proceso productivo, la conformación política moderna en base a los sistemas de soberanía popular con la cual la población reclama que los sistemas de gobierno hagan caso a sus demandas y el proceso de abaratamiento de producción que hace más accesibles a un mayor rango de población toda clase de insumos.

Lo que me interesa exponer es si acaso la democratización de bienes aun cuando supongamos que continuará una vía progresiva hacia cierta igualdad de condiciones realmente supone un acercamiento de clases (tratando de no sustraerme a lo económico). Con el tiempo muchos otros productos de consumo han surgido para seguir impulsando un sistema productivo y de consumo donde se generan valoraciones que permiten medir el estrato económico-cultural al que pertenece una persona. Así aún cuando a diferencia de tiempos antiguos cuando tener un caballo era pertenecer a otro estamento social, ahora cualquiera tiene un auto pero se ha diversificado su oferta para generar estratos de consumo cada uno con sus valoraciones específicas que permiten asignar a la persona un valor individual en base a su capacidad de consumo. La enajenación de la persona en base al consumo no es algo nuevo, ya fue analizado desde los años cincuentas mas para mí cobra relevancia en tiempos de la crisis económica que sufrimos en nuestros tiempos. Definitivamente la oferta de autos lujosos tiene que reducirse ante la caída de las ventas y de la producción del sector automovilístico. De igual manera muchos otros sectores se contraen lo que aunado a la democratización progresiva trae una (al menos momentánea) tendencia hacia la igualdad de clases por causa del consumo, que en realidad es sólo una tendencia coyuntural pues en cuanto el mercado se recupere el poder adquisitivo y las valoraciones clasistas se volverán a combinar para alejar los estamentos sociales.

Por otro lado la crisis es producto de una exacerbación de la pirámide social. La acumulación de riqueza en pocas manos gracias al mercado especulativo de la política económica de los 70’s y 80’s es la causa de una burbuja de capital que no tenía referente en la capacidad de producción y consumo y que finalmente entró en crisis en el 2008. Durante treinta años se fueron creando productos de lujo que cada vez menos personas podían consumir, se llegó a la fabricación de objetos extremadamente caros que además fueron inflados por su valoración como objetos de lujo añadiendo más desigualdad en nuestra valoración de nosotros mismos en base a nuestra capacidad de consumo. Es obvio que este problema necesita de una revaloración de la cualificación y calificación del individuo, es urgente revisar la noción por la cual nos estratificamos en base a lo que consumimos y lo que poseemos, un cuestionamiento que no es nada nuevo.

Sin embargo lo que me interesa es salirme un poco del ámbito económico y pensar qué sucede con la cultura en general como un valor también acumulativo e igualmente de consumo en un periodo donde la democratización producto de las técnicas ha permitido también que se estire la pirámide cultural al no tener todos acceso a la misma educación y consumo cultural alejando a las élites culturales del grueso de la población. Y no quiero ser enemigo acérrimo de la noción de progreso ya cuestionada desde el siglo antepasado, solamente plantear un punto un tanto más moderado. Por un lado la ciencia ha avanzado muchísimo, el siglo XX y sus guerras provocaron adelantos científicos y tecnológicos de gran calibre, Sin duda la energía nuclear y la genética son las dos grandes obras que marcarán esa centuria, ambas dedicadas por un lado a fines productivos y de interés público como en un caso el generar electricidad y en otro los adelantos en materia de salud, por otro a fines de destrucción como fueron las grandes biotecnologías de la guerra químico-bacteriológica y el desarrollo de armas de destrucción masiva basadas en principios de energía nuclear.

Popularmente pensamos que las primeras aplicaciones fueron positivas para el desarrollo humano, para el mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones. Pero es bien sabido que las regulaciones en materia de energía nuclear impiden que muchos países tengan energía nuclear incluso con fines pacíficos y que las investigaciones genéticas están restringidas por medio de las inversiones y en su alcance efectivo a la población. Incluso cuando tienen un gran alcance como en la búsqueda de los mapas genéticos se corre el riesgo de generar un pensamiento arquetípico caracterológico de los pueblos a pesar de que se supone que sirve para eliminar esta clase de visiones estigmatizantes de la idea de raza. Después de siglo y medio de avance científico frenético la ciencia se ha instrumentalizado y ha sido impulsada en aras de fines económicos y militares bien definidos. El resultado es que la ciencia ya no llega como tal al grueso de la población y sus avances específicos se encuentran supeditados a la lógica del consumo transformando este desarrollo humano en una tecnologización donde millones de profesionistas desprenden de una investigación sobre cardiología una serie de desarrollos que terminan generando una competencia por crear el medidor de presión más portátil y económico. Mentira falaz porque seguimos aumentando la diferencia de clases y el aparato nunca podrá llegar a los grandes sectores de la población empobrecida.

En el arte, desplazándonos hacia algo cada vez más conceptual, hay un problema igualmente de educación y democratización efectiva de la cultura que hace que esa democratización igualmente sea efectiva sólo en función de la capacidad de consumo cultural. Sin duda es positiva la experimentación en todas las artes, tanto como en las ciencias, cada nuevo conocimiento que generamos es una herramienta potencial para mejorar nuestra calidad de vida, aumentar nuestra capacidad de supervivencia como individuos y como especie y aumentar nuestra noción del universo. Pero conforme el arte experimenta sobre sí mismo una y otra vez se pierde de vista que cada vez menos tienen acceso a ese conocimiento y no sólo por el consumo pues se generan élites y estamentos de conocimiento y de comprensión artística. Más allá de preciosos experimentos artísticos tenemos una población que no los comprende, no los entiende, no los disfruta y no los consume con lo que el mundo artístico vive de sobrevaluar sus obras y venderlas a las pequeñas élites. El arte forma hoy uno de los símbolos de los pudientes en muchos casos lo demás son formas vulgares, comunes o tan sólo “populares”.

Y finalmente cuestiones plenamente teóricas que van desde el derecho a la economía, el estudio humanístico incluyendo forzosamente la filosofía. No sólo se hallan plegados a la lógica del mercado como es bien sabido sino que además dentro de su propio mecanismo crean una especie de valor hacia sí mismos donde las élites se conforman y se cierran buscando y especializándose en objetivos que excluyen a la gran mayoría de la población o se basan en objetivos tan específicos que sencillamente no la contemplan. Y es que he ahí el objeto de mi preocupación: la especialización. Obviamente la división del trabajo, la especialización técnica y productiva y otras formas estamentarias o clasistas han permitido que nuestras sociedades se desarrollen productivamente de manera progresiva al menos hasta hacer que los individuos y los grupos no sean tan endebles ante el entorno. Pero la especialización es al mismo tiempo un mecanismo (quizá “natural”) que toma su propia inercia en la cual cada individuo o grupo, al estar dedicado a algo más específico, está más alejado de poder asistir o responder a las necesidades de otro en tanto no sean en consonancia con lo que está capacitado para hacer.

Creo que la especialización es necesaria y positiva pero creo que es necesario frenarla para dirigir sus alcances actuales a la mayor cantidad de la población. Generar los canales de comunicación que derrumben las barreras de una alteridad negativa. El fenómeno es global, la especialización como lo señalaba con el ejemplo de la genética se está basando en una reacción de hostilidad hacia aquello que en base a sí es diferente. Los últimos ocho años de republicanismo y los cuarenta de conformación de la Unión Europea han terminado por generar un antiislamismo, una sistemática discriminación de la cultura musulmana en la que algunos teóricos se atreven incluso a hablar de un choque violento de culturas. Mera hipocresía sitemática pues esa misma conformación política y diplomática mantiene canales abiertos para las grandes corporaciones árabes o para el intercambio de armas con medio oriente. La concepción regionalista no es exclusiva de éste conflicto. La visión estadounidense del sector hispano que en realidad corresponde a Latinoamérica, la visión global de China, de Japón, de África, etc., nos habla de una caracterización compleja de los arquetipos culturales que nos hemos formado de entrada al siglo XXI donde predominan visiones incluyentes al sistema de producción y consumo global pero un aislamiento regional y cultural que termina frenando la supuesta ventaja de conducirnos hacia una homogeneización de nuestra calidad de vida.

Y digo supuesta porque la misma especialización es contraria a la igualdad. Conforme más nos especializamos en nuestras funciones generamos estamentos que necesariamente están dotados de diferentes derechos y obligaciones, privilegios, prerrogativas y funciones. Desde comienzos de la modernidad (históricamente concebida) se ha tenido el miedo a la homogeneización de la sociedad humana por ser contraria a la generación de un diálogo constructivo que permita seguir avanzando a la o las civilizaciones. Es un autoestancamiento en el que nos impedimos ver más allá y nos tornamos frágiles ante posibles contingencias del sistema, factores imprevistos. Un tema muy interesante de sustentabilidad. No creo que se pueda homogeneizar completamente a la raza humana, tampoco creo que seamos capaces de tanto fascismo pero si del suficiente para tornar frágil la estructura social. Por otro lado solo se puede lograr esta igualdad de facto en ciertos componentes creando estamentos rígidos en otros. Los calificativos culturales impulsados por el sistema de consumo donde hoy los jóvenes pertenecen a tal o cual definición arquetípica son muestra de ello. La visión de la igualdad de derechos de expresión a condición de una inmovilidad social donde cada quien se asume como parte de un grupo inamovible y hostil hacia otros.

Volviendo por ejemplo al arte, no creo que la solución esté en refrenar por detener el poder de las élites sino porque la fuerza creativa y de trabajo se va a desplazar momentáneamente a la divulgación y popularización de los logros hasta el momento alcanzados. Sobre la ciencia mejor ni hablo, es obvio que se necesitan destinar los recursos públicos y privados al gasto público corriente y llevar servicios a todos los sectores. De igual manera se necesita un replanteamiento en torno a materias humanísticas que democraticen los conocimientos y que ante todo se busque que esos conocimientos (como corpus cultural y no como valor de cambio) respondan a las necesidades de los grupos sociales. Absurdo es que existan un sin fin de leyes en México que no responden a la necesidades y problemas del mundo globalizado ni a las del mexicano en particular.

En resumen hay un alejamiento del tratamiento específico profesional de las ramas más avanzadas del conocimiento respecto de su aplicación ante la población humana en general, quizá en demasiados campos para mi gusto hay un alejamiento de las necesidades de la gran mayoría. Es absurdo pensar que de manera total el bienestar comunitario es la prioridad a toda costa, creo que los intereses de la sociedad en una infinidad de ocasiones se contraponen a los del individuo y viceversa pero la tendencia ya corre dentro de un absurdo donde es obvio que hay que retornar a una preocupación por la población en general y no solo en el caso del bienestar económico y de supervivencia. Hay que tender puentes de comunicación que nos ayuden a buscar una mejor esperanza de vida como personas y como sociedades.

domingo, 9 de agosto de 2009

Vals con la violencia...



Cuando era niño adoraba las películas de acción y tenía cierto gusto por las armas (particularmente las no portátiles) que medianamente aún conservo, incluso creo que se ha acrecentado mi interés por las armas pequeñas. Había algo extraño en mi mente. Siempre he tenido temor por la violencia, a veces siento que soy muy débil para afrontarla, a veces siento que no lo soy. La cuestión es que en aquellos tiempos yo me pensaba aún más débil de lo que me sentía y cuando jugaba ponía énfasis en mi resistencia al sufrimiento, sufrimientos que imaginaba de todas las especies: desde dolores y ardores físicos producto de heridas hasta miedo de muerte o agresiones de todo corte dentro de lo que mi precoz y televisivamente cultivada mente lo permitía (y permitía cosas bastante creativas). Torturas y heridas abiertas incesantemente, junto con largas agonías eran parte de mi diversión más que el cometer actos heroicos o demostrarme particularmente hábil en el uso de las armas o interesado en ganarle al enemigo invencible.

Con el tiempo surgió mi gusto por las armas en parte por el gusto que mostraban mis tíos por las mismas siendo una figura y un rol masculino preponderante dentro de la escasa influencia que contaba al respecto. Cuando entré a la secundaria por algunos de mis amigos, particularmente uno, ese interés creció sustancialmente. Me olvidé de los dinosaurios y me especialicé en aviones y tanques, algunos barcos y otras armas. Finalmente fusiles grandes y hasta el final pistolas y armas blancas. Mi fascinación por la capacidad destructiva de la humanidad llegó a su cenit al conocer el poder destructivo de bombas atómicas, de hidrógeno y otros inventos por demás en boga en nuestros tiempos. También fui aprendiendo que no solo ésta época había sido sanguinaria, descubrí catapultas, arietes, arcos, espadas, escudos, jabalinas, cotas, ballestas, alabardas, hachas, y un largísimo etcétera. Romanos, griegos, egipcios, chinos, persas, mongoles y japoneses se incorporaron a mi imaginario en su calidad de grandes culturas guerreras.

Cuando salí de la secundaria sin duda estaba en el apogeo de mi gusto por los objetos de agresión… pero no era aún un fascinado de la agresión misma. Nunca he sido fuerte, no me he ocupado de cultivarme en el campo físico y mucho menos en el de la violencia sin embargo después de los quince años me fui percatando de la necesidad de hacerme respetar en este campo más de lo que antes había hecho al respecto, me fui haciendo cada vez más agresivo y empezando a tratar de aprender cosas al respecto. Me forjé una idea venida de tiempo atrás donde el momento de usar la violencia debía ser definitivo y puntual y al mismo tiempo nunca pude desplegar esa violencia contra o en presencia de las personas que estimo. A pesar de algunos roces violentos la mayoría de las personas que me conocen no saben qué tan violento puedo ser. De alguna forma empecé a aprender la naturaleza de la violencia basándome en mi previo interés por la crueldad de la misma casi como naturaleza o consecuencia y no tanto en el hecho violento. Fue así como empecé a dejar de acercarme a la información sobre armas.

No sé como se dio ese proceso pero sé que fue en base a ello. He visto la violencia en muchas formas: asaltos, asesinatos, peleas, agresiones, represiones, discusiones, etc. Y no me refiero en absoluto a lo que la televisión o el cine proyectan. No sé si sentirme afortunado o desdichado por ello. Me he tornado fuerte de carácter frente a la violencia y sus consecuencias pero al mismo tiempo un tanto más insensible pues en el fondo ese fue siempre el objetivo: ser más fuerte. De las desgracias que otros sufrieron en carne propia no puedo sino avergonzarme por aprovecharme de su situación. Ahora me pongo nervioso pero hasta donde recuerdo ya muchas cosas al menos no me pueden causar ni trauma ni experiencia alguna por el estilo. Pero ya no busco conocer la naturaleza de la violencia, sé que es un hecho que puedo leer en casi cualquier acto cotidiano y encontrar en casi cualquier rincón donde haya humanos y quizá hasta sin humanos. He leído las consecuencias nefastas y el dolor causado por innumerables artefactos de guerra y creo que no hay nada digno en admirarles y, sin embargo, lo confieso: no dejan de gustarme. Es apasionante ver el poder que tiene o que representa o que aparenta un tanque, un ejército, un kalashnikov o tan solo una miserable navaja sabiamente usada para fines de destrucción.

Antes de pasar a eso quisiera puntualizar algunas cosas que me fueron dando ésta visión de la violencia y que aún conservo. Primero que nada fue el forjarme la idea de que el sufrimiento era más dañino que la violencia en sí como hecho. Ello me llevó a pensar, como mencioné anteriormente, que la violencia debería ser usada puntualmente y cuando fuera en verdad inevitable, pensando en mi debilidad física y otras cosas desde experiencias hasta libros o películas llegué además a la conclusión de que había que pelear para ganar y por ende solo pelear cuando era seguro o había buenas posibilidades de triunfo además de lo inevitable claro. Además el saber sobre la necesidad de matar a toda una familia de elefantes cuando se le ha matado a un líder me hizo concluir que lo mejor de todo es no dejar dolores emocionales pues son mil veces más peligrosos que los físicos, la violencia debe ser destrucción pura y no mediocre y contraproducente tortura. A estos pensamientos le siguió el del poder, cosa muy curiosa porque surgió de una entrevista a Sigourney Weaver sobre Aliens lo cual me recuerda que el conocimiento se puede hallar en cualquier lado aunque intelectualmente les parezca a muchos mediocre la fuente. El tener la capacidad o la propiedad de actuar sobre alguien agrediéndolo es una forma de ejercer una especie de poder que puede convertirse en un vehículo enajenante para el individuo haciéndole olvidar todas las formas en que puede ejercer poder o bien convirtiéndolo en su naturaleza única. Lo que en pocas palabras quiere decir: cuando tienes un símbolo que te autoriza a agredir a otro o tienes una herramienta con que hacerlo así sea el propio cuerpo naturalmente tiendes a tratar de ejercer ese poder, a lastimar a otro. No quiere decir que no puedas evitarlo sino que tiendes a, al menos por esa capacidad que aparentemente es innata en el humano.

Después de tantos años conviviendo con la violencia éstas son mis conclusiones y mis reglas para tratar de ir contra la naturaleza de la violencia como fenómeno complejo cultural y biológico, de comportamiento instintivo y socialmente cultivado, etc. Considero que la mayoría de las personas hacen exactamente lo contrario a lo que yo ingenuamente trato de hacer. Muchos individuos tratan de inflingir crueldad, maltrato, miedo en el otro, de marcarlo y dejar una huella de su poder.

Creo que el poder, lo que sea que sea, es al menos una manifestación psicológica compleja que requiere referentes infinitamente diversos. La sensación o significación de poder da estructura a una sociedad y permite una particular forma de relación entre sus miembros. El poder radica en considerar que nuestro actuar afecta la existencia de lo que nos rodea de alguna forma, fenómeno que puede tener consecuencias reflejas pero que esencialmente es invasivo sobre el otro y al que lo ejerce no lo afecta o no para los efectos por los cuales se supondría que se está ejerciendo un poderío. Es elemental tener poder para sobrevivir, o al menos para tener mejores oportunidades de supervivencia pero así mismo considero que todos tenemos poder sobre todos de alguna u otra forma por el sencillo hecho de que en un universo o una sociedad dinámica todos están en interacción. También hay toda una variedad de actuar sobre el otro obteniendo el control de sus acciones o pensamientos y en ese sentido no tiene que desarrollarse una violencia física para que haya poder sobre el otro. Bueno en realidad esto no es nada nuevo. Conforme más aprendemos de nuestra manera de interactuar con el otro más sabemos como afectarlo, la primera herramienta del poder es la información que nos abre posibilidades de actuación. Por lo tanto el poder para mí existe, es inevitable escapar a buscar, tener o ejercer el poder de una u otra forma lo cual es diferente a que todos somos poderosos de manera efectiva.

El poder coercitivo o al menos físico radica en afectar la existencia del otro recurriendo a medios físicos. Quizás el medio de agresión o afectación más elemental. De hecho y como paréntesis y añadiéndome a mis escasos conocimientos de Schopenhauer quizá todo fenómeno es poder en sí mismo o lo identificamos como una afectación entre objetos y la voluntad tendría que suponer evidentemente la actuación de una forma de poder. Pasado el punto aquello que normalmente conocemos como violencia es la agresión física, pero nosotros no somos objetos sino personas que tenemos una personalidad psicológica altamente evolucionada y compleja por lo que podemos generar una violencia significativa, psicológica, con la que podemos condicionar el actuar ajeno. Es ahí donde se inscriben las formas disuasivas y persuasivas del poder. Irrisoriamente Stanley Kubrick en su gran obra Odisea 2001 sitúa un origen de la violencia humana en los prehomínidos en el momento que empieza a haber una especie de disfrute de las sensaciones y emociones producto de agredir a otro aunque casi pareciera que el solo hecho de agredirlo es nuevo y le hace descubrir al mismo tiempo que puede disfrutarlo como si estuviese preparado para hacerlo. Actualmente mucho me ha movido conocer en algunos documentales sobre actitudes de animales herbívoros que matan crías de carnívoros (el punto obviamente es considerar que no existe una amenaza expresa o inminente) así como de la existencia de patrones de conducta que no obedecen a necesidades supuestamente primarias sobre las que queremos generalmente ver encasilladas todas aquellas funciones que suponemos instintivas en los demás seres vivos particularmente los animales y dentro de éstos los más evolucionados (pienso en conductas ligadas a pulsiones ya con caracteres emocionales como violencia, sexualidad y afecto).

Fuera de ello el humano se ha considerado como poseedor de una forma particular de poder coercitivo por siglos donde podemos llevar al extremo la capacidad de ejercer la violencia en todas sus formas tanto como experimentar el deseo o el poder de evitar esas vías. Las guerras se remontan a los confines de la historia y del mundo por las más diversas causas según sea la metodología explicativa y así mismo las formas de ejercer esa violencia teniendo en mente consecuencias diversas. Remontándome un poco en el texto lo que me interesa es: primero la violencia como una manera de responder ante un problema y tratar de extinguirlo (generalmente “extinguiendo” al otro) y segundo, generar una crueldad que limita la capacidad de poder del contrario o al menos su capacidad de respuesta algo que actualmente puede ser la tortura o la violencia psicológica producto de la física presente desde el más mínimo maltrato hasta el genocidio. En cualquier caso el humano pienso, está atado a la violencia como una de las formas de expresar poder y está atado al poder como un instrumento para la supervivencia. Es ahí donde hemos caído una y otra vez cuando como sociedades impulsamos o asistimos a confrontarnos con otros grupos propiciando o interviniendo en guerras y matanzas.

Vivimos en una época con una particular conciencia de nuestra capacidad de violencia, mayores canales de comunicación, mayor educación (dentro de lo que cabe), mayor conocimiento de la diversidad cultural y de los sucesos que ocurren en el mundo nos ha permitido un acercamiento a la violencia global que para muchos es positivo pues nos incita a repudiarla progresivamente, para otros es negativo pues mediatizamos la violencia y con ello nos vamos volviendo cada vez más insensibles a la misma sin contar que al desatar mecanismos pulsionales básicos ha sido ampliamente explotada por los medios de comunicación para entretenimiento. Además vivimos en una era de autoexploración constante no necesariamente estricta. Vivimos bajo el peso de los sucesos de la Segunda Guerra Mundial que nadie duda ha sido el conflicto más cruel de la historia humana con sus 20 a 50 millones de muertos así hay innumerables películas y documentales sobre los campos de concentración, las guerras en los frentes y filmes muy manejados sobre la guerra de Vietnam o de Corea fomentados además por el poder ideológico y económico de Estados Unidos. Sin embargo conforme vamos hacia atrás la perspectiva crítica se pierde por falta de fuentes, por falta de visiones y por la manera en que hemos heredado la historia. No es lo mismo criticar la bomba de Hiroshima que examinar la primera guerra, la cruenta guerra de secesión, o las guerras napoleónicas, la guerra de los 100 años, las cruzadas, las guerras del imperio romano o algún otro periodo violento de la historia. Y eso es respecto a situaciones hegemónicas y actualmente bien vistas por varias razones pero ¿qué pasa con la falta de revisión en las guerras contra países débiles que no son justificables? Me refiero a la invasión de Panamá, la de Afganistán en ambas ocasiones, a la invasión norteamericana a México (aún festejada en el cine estadounidense), a la guerra de conquista de América, las guerras campesinas de Europa, la colonización Africana o tan solo la sistemática represión y dispersión de minorías incómodas en cualquier periodo de la historia.

Aquellos que “disfrutamos” de esta globalización occidentalizadora tenemos una visión idealizada de la violencia ligada a valores machistas, jerarquizadores, clasistas, etc. Los cuales fomentamos diariamente y con los que no vemos de primer plano la violencia tal y como muchas veces la sufrimos. Cuando esto sucede y la violencia es tachada como negativa siempre es algo que sucede en el otro, en otra parte, en otro tiempo como lo demuestra la prensa sensacionalista y la mediatización maniqueísta que nos habla de gobierno y narcotraficantes, ejércitos libertadores contra sociedades atrasadas, revolucionarios mesiánicos contra gobiernos reaccionarios, en resumidas cuentas: buenos contra malos. Pero ahí sigue habiendo una radicalización de las acciones violentas, un incremento de los fascismos provenientes de las instituciones de control, una fanatización irreflexiva de los movimientos en desventaja cuya máxima expresión hoy es el terrorismo, una fertilización del terreno para que haya confrontaciones idiosincráticas o étnicas, una mayor separación entre los organismos de control de la sociedad y sus alcances reales, entre los organismos revolucionarios y los fines perseguidos. Como ésta reflexión se está extendiendo más allá de lo debido existiendo miles de personas que han hablado con más propiedad acerca del tema creo que lo recomendable es darla por terminada. Sin duda más allá de éstas especulaciones se hallan psicólogos, naturalistas, filósofos, antropólogos y particularmente guerreros que se han dedicado a pensar en ello (qué hubiera sido del mundo sin Sun Tzu).

Éste ensayo surge de haber visto una película actualmente en sus últimos días en cartelera profundamente impactante: Waltz with Bashir, una obra de animación muy hermosa que me recuerda un tanto la animación de medio oriente y de la Unión Soviética ligada a una estructura de guión propia del cine europeo y de oriente próximo. En ella el director Ari Folman nos cuenta su experiencia particular donde a pesar de haber participado en la Guerra de Líbano de 1982 se da cuenta, después de una charla con un amigo que sufre pesadillas desde aquellos días, que no recuerda absolutamente nada sobre ese periodo de su vida. A través de entrevistas a otros que participaron en la guerra reconstruye su vida y su percepción del evento más impactante de aquellos días: la matanza genocida de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila. La película es en sí un largometraje documental en técnica de animación muy particular que muestra de manera desgarradora la manera en como las personas sobreviven en sus mentes a las formas más aterradoras de la violencia, una violencia que los supera como individuos. Es para mí la culminación hasta el momento de una serie de revisiones dramáticas sobre la naturaleza humana en su carácter más destructivo. De primera impresión la ligo a la película de animación Persépolis que les recomiendo ampliamente sobre la revolución islámica en Irán igualmente autobiográfica y a El violín, largometraje mexicano en blanco y negro sobre los movimientos insurgentes en la sierra occidental y su represión por el ejército. Sin duda nos hallamos en un momento de revaloración de la violencia y sus consecuencias donde el primer mundo se ha quitado de los ojos la venda del amor y paz absoluto y ha recuperado el verdadero sufrimiento del humano (generalmente tercermundista) que se expresa para más impacto en las grandes masas de personas muertas en lo que se ha tipificado como genocidio: desde Auschwitz en el 43’ hasta Rwanda en el 94’. Son visiones mucho más objetivas en tanto se basan en la experiencia viva y no en la exploración de posibilidades psicológicas, actitudinales o caracterológicas por medios exclusivamente literarios de lo que se vive en tales eventos. Sin duda un retrato artístico pero dentro del arte positivamente maquillado en su estética para concientizar al mundo.
Quizá para terminar sería apropiado pensar que dada la cantidad de pulsiones y emociones que se ligan a la actitud violenta lo más positivo no sería ser pasivos o “pacifistas” a ultranza sino encontrar la manera de tomar actitudes violentas cuya consecuencia sea mínimamente destructiva y preferentemente tenga consecuencias constructivas observables desde el corto hasta el largo plazo. Ir acotando nuestra capacidad de destruir el mundo y no solo concientizar sino educar acerca del poder para que éste, cuando se exprese por vías violentas, encuentre más cauce que generar destrucción en lo que nos rodea. Pero para ello los oprimidos necesitan conocimiento y los poderosos otorgarlo. Mientras tanto seguiremos pensando y siendo nuestros propios juicios bastante mezquinos e ignorantes. No tengo razones para pensar que el mundo será diferente. En realidad no tengo razones para pensar que somos sustancialmente diferentes de ese momento que, según yo, ingenuamente Kubrick imaginó.